¡No somos lombrices!

Esa expresión se la escuché a un dirigente indígena en el año de 1999 durante la fundación de Salvación Agropecuaria, en la ciudad de Ibagué. Explicó que un viceministro del Gobierno de Pastrana, atendiendo reclamos de su comunidad en el sur del Tolima, les increpaba que sus quejas eran injustas, pues el INCORA les había dotado generosamente de tierra; a lo cual, narró el indígena, le respondió de forma contundente: “los indígenas no somos lombrices, no comemos tierra”. Narró cómo, a pesar de tener tierra, habían adelantado varios proyectos productivos y en todos habían fracasado por la competencia desleal de productos importados y se encontraban endeudados con los bancos, sin expectativa de pago. ¡Y eso que aún no se habían suscrito los tratados de libre comercio!

Esta historia ha venido de forma recurrente a mi memora, en razón de que el Gobierno ha dado los primeros pasos para implementar la llamada “reforma agraria integral”, pactada en los acuerdos del Teatro Colón entre el Estado colombiano y las FARC y reivindicada como la solución para el desarrollo del agro, bálsamo propicio para la desigualdad aterradora que caracteriza el sector rural colombiano y la solución para la dependencia de la comida importada. Ya se ha dado el primer paso con el acuerdo para comprar 3 millones de hectáreas cultivables para entregarla a campesinos sin tierra, o con cantidad insuficiente.

Estos primeros pasos también han sido acompañados con declaraciones de la muy locuaz Ministra de Agricultura, acerca del compromiso de acompañar con crédito, asistencia técnica y canales de mercadeo a los campesinos beneficiarios de las tierras entregadas. Hasta aquí, como diría el Pibe Valderrama, “todo bien”.

El verdadero dilema sobre la efectividad de la entrega de tierra con asistencia técnica y crédito empieza cuando se preguntan dos cosas: ¿qué van a sembrar y a quién le van a vender lo que produzcan? Se ha dicho por parte de voceros del Gobierno, que el principal esfuerzo será en la siembra de maíz, cereal del que estamos importando el 75% del que consumimos, especialmente el que se usa para la alimentación animal.

Por esa razón me detendré solamente en el caso del maíz amarillo. ¿Por qué importamos tanto a pesar de tener 16 millones de hectáreas aptas para su cultivo?, ¿Por qué Estados Unidos es nuestro principal proveedor? La respuesta no es muy difícil de encontrar. En 2021 se importaron 5’343.480 toneladas de maíz amarillo, de estas, 3´593.190, el 67,24 %, llegaron de Estados Unidos. Y de ese porcentaje, solamente se pagaron aranceles por 335.401; las otras 3’257.789 no pagaron ningún impuesto en virtud de lo pactado en el TLC firmado en 2012 con ese país; en el Apéndice 1 del Anexo 2.3 de ese leonino convenio, se otorgó un contingente de 2 millones de toneladas a la subpartida del Arancel de Aduanas de Colombia (AACOL) 10059011 y un arancel base de 25% con un cronograma de desgravación a 12 años, para maíz extra contingente.

Eso quiere decir que a partir de 2012 empezaron a importarse sin arancel 2 millones de toneladas de maíz amarillo de EEUU, y cada año, ese denominado contingente ha crecido y seguirá creciendo hasta llegar al año 2024, cuando ya no habrá límite para la importación de maíz amarillo sin pago alguno de arancel. El crecimiento anual del contingente, ha correspondido a un aumento del volumen importado y desde luego a un decrecimiento del recaudo de arancel del 25%, que fue el porcentaje pactado para el ingreso de maíz amarillo extra-contingente.

La inexistencia de barrera arancelaria es entonces la primera explicación para la inundación de maíz amarillo que hemos vivido durante estos 10 años. No sobra recordar que Colombia es el tercer comprador mundial de maíz producido en los Estados Unidos, después de México y Japón. Un mercado sin duda importante para la potencia del norte.

La segunda razón, reside en el enorme subsidio que el Estado norteamericano otorga a sus agricultores. Según datos del propio USDA, sigla en inglés del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, 1 de cada 4 dólares de ingreso de los cultivadores de ese país, proviene de las ayudas oficiales. El resultado de esas circunstancias es trágica para los productores nacionales de Colombia: arancel cero para la importación aquí y subsidios generosos para la producción allá, permiten que incluso ingresen algunas toneladas de maíz amarillo con pago de arancel del 25%.

Comparativo costos de producción Colombia – Estados Unidos 2021*

PaísRendimiento  tecnificadoCosto de producciónCosto toneladaSubsidioCosto final
Estados Unidos11 T/HaUS$ 2.180/HaUS$ 198US$ 49US$ 149
Colombia4.5 T/HaUS$    900/HaUS$ 200-0-US$ 200

*Esta tabla es elaboración propia del autor, fundada en información obtenida en entrevista realizada por el Portal mascolombia.com al Director de Fenalce y en artículo de Contexto Ganadero. Usé una tasa de cambio de $ 4.500 dólares por COP. https://mascolombia.com/hoy-en-dia-es-mas-caro-importar-soya-y-maiz-que-producirlos-fenalce/ y https://www.contextoganadero.com/economia/en-2021-se-importo-maiz-amarillo-de-ee-uu-con-un-precio-50-mas-alto-que-en-2020

En Colombia hay empresarios que cultivan maíz amarillo y compiten en circunstancias muy difíciles en medio de este aquelarre de “libre comercio”. Tienen unos pocos momentos de bonanza contra largos periodos en los que la competencia los arrincona, siembran al vaivén de la tasa de cambio y de los precios internacionales fijados según la relación oferta-demanda y de la especulación de los precios de futuros en la bolsa de Chicago.

De estos hechos surgen varias preguntas que sería bueno que el Presidente Petro respondiera y me atrevo a lanzar algunas: Fuera de asistencia técnica y crédito, ¿se otorgará garantía de precio de compra rentable a los campesinos a los que se les entregará tierra?; Si tienen en el plan subsidios para establecer un precio de sustentación ¿de dónde van a obtener los recursos?; ¿Cómo se van a garantizar los precios de compra para que los empresarios actuales conviertan en permanente la producción de maíz amarillo?

No son preguntas baladíes, ya Colombia ha padecido varios intentos de reforma agraria fracasada y es clave tener una respuesta, pues con TLC vigente y sin la perspectiva de renegociación, tal como lo ha afirmado el Ministro de Comercio, la competencia desleal creciente que tendrán que afrontar nuestros agricultores, los llevará indefectiblemente a adquirir crédito para sembrar y luego no tener con que pagar las obligaciones bancarias. Allí hay incluso un grave riesgo de perder las propiedades, que aún no se sabe cómo se les van a adjudicar.

Si eso no se precisa, tendrán que aprender a comer tierra o convertirse en lombrices.

Octubre 17 de 2022

*Exrepresentante de la Cámara – Antioquia – Partido DIGNIDAD



1 comentario

  • Fabio Giraldo

    Excelente articulo, es la escencia de la problematica del campesino, comercializacion a precio justo, tener tierra ya no es garantia si no se tienen los demas componentes de la cadena,

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